Las quintillizas Dionne: La brutal historia de explotación y un circo llamado "vida"
Nacidas en la pobreza canadiense en 1934, Yvonne, Annette, Cécile, Émilie y Marie Dionne se convirtieron en un fenómeno mundial. Exhibidas como una atracción de feria por sus propios padres, el Estado y un médico ambicioso, su existencia fue una dolorosa condena a la exhibición y el abuso, generando millones que jamás vieron.
La historia de las quintillizas Dionne es un sombrío testimonio de explotación y deshumanización. Nacidas el 28 de mayo de 1934 en una precaria granja de Ontario, Canadá, Yvonne, Annette, Cécile, Émilie y Marie fueron las primeras quintillizas de las que se tuvo registro que sobrevivieron al parto. Este milagro de la naturaleza rápidamente se transformó en un calvario de exhibición y abuso, perpetrado no solo por sus padres, sino también por el Estado, su médico y los medios de comunicación.
Elzire Dionne, una joven madre de 24 años con cinco hijos vivos y uno fallecido, comenzó el trabajo de parto prematuramente en su humilde granja de North Bay. El médico local, Allan Roy Dafoe, esperaba mellizos. Sin embargo, en un lapso de apenas una hora, cinco pequeñas vidas vieron la luz: Yvonne, Annette, Cécile, Émilie y Marie. Entre las cinco, apenas superaban los seis kilos. El asombro ante tal suceso fue inmediato. Para Dafoe, significaba fama. Para las niñas, el inicio de una pesadilla.
La noticia se esparció como pólvora. El tío de las niñas y el propio médico se apresuraron a difundir la historia. Mientras un fotógrafo del North Bay Nugget tomaba la primera imagen de las bebés, Elzire, aún repuesta del parto, preguntó con desesperación: "¿Qué voy a hacer con todos estos bebés?". En medio de la Gran Depresión y con cinco hijos más, la llegada de cinco bocas adicionales era una catástrofe económica. Fue el inicio de su desgracia.
De la oferta circense al "zoológico humano"
La primera gran oferta no tardó en llegar: un circo las quiso exhibir durante seis meses en la Feria Mundial de Chicago. Aunque los padres Dionne firmaron el contrato, pronto se arrepintieron, conscientes del riesgo para la frágil salud de las bebés. El circo los demandó por incumplimiento, y ante una indemnización imposible de pagar, el caso escaló a nivel nacional.
El fiscal de Ontario, buscando rédito político, ofreció una "solución": los padres cederían la custodia de las niñas a la Cruz Roja por dos años. La organización construiría un pequeño hospital junto a la granja, donde las quintillizas vivirían bajo cuidado permanente, con visitas familiares estrictamente pautadas. Separadas de sus hermanos, su hogar ya no sería el mismo.
Mientras tanto, el doctor Dafoe, convertido en celebridad, capitalizaba su hazaña. Daba charlas pagas por Canadá y Estados Unidos, e incluso fue recibido por el presidente Franklin Delano Roosevelt. No satisfecho, buscó disputar la custodia de las niñas, argumentando que él debía criarlas. Oliva y Elzire Dionne eran meros espectadores en esta lucha por sus propias hijas.
Finalmente, el primer ministro de Ontario aprobó un proyecto para despojar definitivamente a los padres de la custodia. El objetivo declarado era proteger a las niñas de la explotación y garantizar que todo el dinero recaudado por el uso de su imagen iría a un fideicomiso para su futuro. Dafoe sería su cuidador principal.
Sin embargo, el doctor hizo todo lo contrario. Con el apoyo del estado de Ontario, construyó un verdadero "zoológico humano" para exhibirlas. "Quintland", como se llamó al lugar, se convirtió en un destino turístico que atraía a miles de visitantes diarios, a la par de las Cataratas del Niágara. Los curiosos pagaban para observar a las niñas mientras jugaban en un área delimitada. Al final del recorrido, dos puestos comerciales ofrecían souvenirs con la imagen de las quintillizas -a beneficio del fideicomiso- y panchos, cuya explotación curiosamente fue otorgada a los padres.
Durante nueve años, Yvonne, Annette, Cécile, Émilie y Marie vivieron prácticamente en cautiverio. En su autobiografía de 1963, "Éramos cinco", escribieron: "Vivíamos en el centro de un circo. Una feria en medio de la nada". Se estima que Quintland generó hasta 500 millones de dólares en ingresos para el estado de Ontario en menos de una década, de los cuales las niñas no recibieron un centavo.
El retorno a un "hogar" y el doloroso legado
En 1943, tras una larga batalla legal, los padres recuperaron la custodia. Con parte del fideicomiso, compraron una casa de 19 habitaciones para que toda la familia pudiera vivir junta. Pero la convivencia fue distante y dolorosa. "Fue el hogar más triste que jamás conocimos", relataron las quintillizas en su autobiografía. Se sentían "imbuidas de la sensación de haber pecado desde el momento de nuestro nacimiento", y acusaron a sus padres de ser cómplices de su sufrimiento, con una madre poco cariñosa y un padre controlador y abusivo, de quien tres de ellas denunciaron abusos.
La salud de Émilie, quien comenzó a sufrir convulsiones, fue ocultada por sus padres para preservar la imagen comercial de las quintillizas, que para ellos ya no eran hijas, sino un negocio lucrativo. Apenas tuvieron edad, las hermanas, una por una, buscaron escapar de ese ambiente.
Marie fue la primera en irse, a los 19, para ingresar a un convento. Émilie la siguió, aunque en otra orden, y falleció a los 20 años por una convulsión. Marie fue la segunda en morir, en 1970, a los 26, en circunstancias confusas y sin autopsia.
No fue hasta la década de los '90 que las tres hermanas sobrevivientes iniciaron un reclamo legal por el fondo fiduciario, solo para descubrir que el dinero casi había desaparecido. Bertrand Langlois, hijo de Cécile, investigó el saqueo y lanzó una campaña de relaciones públicas para presionar al gobierno canadiense. Las hermanas hablaron con los medios por primera vez en décadas, revelando la cruda verdad detrás de la imagen angelical. Finalmente, lograron un acuerdo por cuatro millones de dólares. Yvonne falleció poco después.
Hoy, Annette y Cécile, las dos hermanas que aún viven, tienen 91 años y comparten una casa en un suburbio de Montreal, llevando consigo el peso de una infancia marcada por la explotación y la ausencia de una vida normal.
La brutalidad de su historia quedó plasmada en una anécdota escalofriante. En 1935, un periodista preguntó al doctor Dafoe cómo eran las quintillizas al nacer. Él respondió: "Parecían ratas". Cuando un colega intentó suavizar el comentario sugiriendo "gatitos", Dafoe interrumpió con brutalidad: "No, dije ratas". Una frase que encapsula el desprecio y la deshumanización que sufrieron estas niñas desde su primer día de vida.